¿Hasta dónde debemos sacrificar nuestra individualidad de cara a la proliferación de la tecnología? ¿Hasta donde debemos continuar la búsqueda de un placer desenfrenado?
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Tranquilos todos, que sigo vivo. Sin internet, pero vivo. Ya sé que para gran parte de la juventud de hoy en día decir esto es imposible (mi compañero de piso entre ellos) pero, para bien o para mal, yo no soy así. Estos días sin red me valieron para muchas cosas: aprender a cocinar para sobrevivir, jugar videojuegos en el ordenador, conocer Santiago de Compostela... y para leerme esta pequeña joya, la cual me ha durado justo 24 horas, desde el domingo por la noche hasta el lunes por la noche. Sus escasas 190 páginas volaron entre mis dedos mucho más rápido de lo que imaginé en su momento. Queridos lectores, permítanme presentarles Un mundo feliz, de Aldous Huxley.
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La historia, al igual que 1984, nos traslada a una sociedad a priori utópica, la cual os aseguro que os hará plantearos muy seriamente el dilema que encabeza la entrada: ¿Hasta donde debemos sacrificar nuestra individualidad de cara a la tecnología y el placer?
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